Estábamos al aire libre, haciendo algo al parecer sin mucha importancia, cuando de un segundo a otro veo una esfera plateada en el cielo, del porte de un maní, acercándose rápidamente. La indicaba con la mano para que mis acompañantes pudieran verla también. Al hacer eso, la esfera disminuyó su velocidad y su apariencia cambió. Ya no era solo gris, sino que tenía algunas manchas blancas, tratando de disfrazarse de luna. Ésta pasó cerca de nosotros y se empezó a alejar de nuevo. Éramos al rededor de 3 a 4 espectadores. Trate de acercarme para ver mejor, con mis manos alzadas en alabanza agradeciendo al Padre por la manifestación. Cuando la esfera se empieza a multiplicar en muchas otras con colores rojizos y anaranjados.
Corrí dentro del templo para llamar a los demás que vinieran a ver, mientras un escalofríos me seguía. La presión en el pecho era imponente y el miedo se apoderó de mi cuerpo, nuevamente. Pude percibir de unas hermanas afuera de la casa, el mismo terror que estaba sintiendo, la angustia con los mismos síntomas. El hermano Luis nos hacía entrar en la casa y yo me apresuraba a poner incienso por todos lados y cerrar todo, para estar seguros. Eramos al rededor de 4 personas, sentadas bordeando una pequeña mesita de centro muy rústica. El lugar era acogedor y antiguo. El hermano Luis parecía ser el más tranquilo, sin entender lo que estaba pasando. Nuestra angustia inexplicable era más poderosa que nuestros cuerpos y el corazón ya no me daba más. Apoye mi espalda contra algo que me hiciera sentir protegida e intentamos hacerle entender al hermano lo que nos estaba pasando. Estuvimos tratando de buscar soluciones y explicaciones, sin éxito. Hasta que abrí los ojos y vi mi velador intacto de la noche anterior. Quería solucionar el problema, quería averiguar con tantas ansias qué estaba pasando y por qué no podía controlarlo. Intenté seguir durmiendo. Pero mi corazón agitado ya no me dejaba volver y la angustia del pecho no se iba. No tuve otra opción que despertar.